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El camino de la esperanza

Artículo publicado en Nueva Alcarria el 30 de junio de 2023

Crónica de un abandono anunciado

 

María Tello

Escritora y ex presidenta de La Camada

 

Escucho en redes sociales al responsable de un refugio de animales en Albacete relatar, con cierto enfado, cómo una adoptante le había insultado tras indicarle que no la consideraba apta para adoptar. La adopción se iba a realizar por un grupo de estudiantes que compartían piso, cuatro jóvenes que deseaban compartir su vida con Crispy, un perro más del refugio del que se habían encaprichado. Con muy buen criterio, Juan Manuel, les comunica que la adopción no va a realizarse por ver con suficiente claridad que entregarles el animal sería la crónica de un abandono anunciado. La mejor prueba para demostrar que su intuición era acertada fue que, al poco tiempo, una de las compañeras de ese piso compartido llama al refugio para entregar a un perro que habían “adoptado” los “responsables” estudiantes ya que habían terminado los estudios y ninguno de ellos podía hacerse cargo del animal.

Las redes sociales muestran cada día cómo se cuestiona a las asociaciones por los protocolos que utilizan para entregar en adopción responsable a los seres vivos que cuidan. Con una larga lista de críticas se discuten diversos aspectos como la cuota de adopción que cubre parte de la atención veterinaria de ese primer año de adopción y que es solo un ejemplo de lo que queda por llegar durante toda la vida del animal; también las preguntas realizadas durante la adopción, un intento de obtener información imprescindible para entregar al animal que mejor encaje en su entorno familiar y conseguir que las posibilidades de devolución sean las mínimas; el seguimiento posterior, considerado una invasión de su intimidad; o que las reflexiones planteadas durante la adopción, como el hecho de estar toda la familia de acuerdo en realizarla o si tienen tiempo suficiente para dedicarle al nuevo miembro de la familia, dificultan su decisión.

 

En el caso de elegir el camino de la adopción a través de un refugio serio y concretada la cita, se acude con ilusión, sobre todo cuando se tiene en la cabeza al animal que se ha visto en redes sociales y parece ser el compañero ideal de su vida, un Ojazos Azules que quita la respiración. Pero, podría suceder que esa elección no fuera la idónea para la familia. Y esa opción se muestra inaceptable, si no es Ojazos Azules no se adopta, así que los posibles adoptantes se marchan con la cabeza bien alta y ofendidos ante el cuestionamiento de su buena acción por acudir a un refugio repleto de abandonados. Al día siguiente tienen otro Ojazos Azules que han “conseguido” a través de una persona que lo anunciaba por cualquier medio y que se lo ha entregado sin hacer ninguna pregunta o proporcionar información de la responsabilidad que les supone la nueva incorporación en su hogar. Eso sí, previamente habrán puesto “por las nubes” a la entidad que responsablemente les quería hacer firmar un contrato de adopción con el compromiso que eso supone durante toda la vida del animal entre adoptante y refugio; esa misma asociación a la que recurrirán cuando haya un problema con la adquisición porque, por ejemplo, haya que ir al veterinario, con la inversión económica que eso supone, o tengan que limpiar el arenero o sacar a pasear a un ser que les quita demasiado tiempo, o se quieran ir de vacaciones y Ojazos Azules sea un estorbo en sus planes, o tantas cuestiones que aquella persona que les regalo el animal, ahora desaparecida, no les hizo plantearse.

Las buenas prácticas de los profesionales de los refugios con los animales que cuidan y protegen tienen un coste elevado, y puede ser que el animal no sea adoptado si no es de manera responsable. Invito a los futuros adoptantes a detenerse un instante a reflexionar sobre la importante decisión que es incorporar un nuevo miembro a la familia, y a valorar las actuaciones que se realizan para dar una segunda oportunidad a los animales que saturan los refugios de este país. Seres vivos con un corazón latiendo tan fuerte como las ganas que tienen sus responsables de que les cambie la suerte sin riesgo a ser, de nuevo, abandonados.