El olvido que no serán
María Tello
Escritora y ex presidenta de La Camada
Resulta tan complicado adquirir derechos que en el momento en que percibí que, dependiendo del resultado de las elecciones generales en las urnas, los animales podían llegar a retroceder en lo conseguido hasta el momento, un escalofrío recorrió mi cuerpo.
El paso de los años y la sensación de que lo conseguido es lo que ha existido siempre en nuestra sociedad, nos hacen olvidar lo difícil que es salvar los miles de obstáculos que se establecen para llegar a cualquier meta. Y la de los derechos de los animales no ha estado ni está exenta de ellos.
El 15 de octubre de 1978 se proclamó la Declaración Universal de los Derechos de los Animales. Queda tan lejos esa fecha que parece que no hubiera ocurrido algo tan importante. Consta de catorce artículos con contenido básico que os invito a buscar y a consultar. Una declaración que supuso la base sobre la que se fueron estableciendo las normativas locales y autonómicas reguladoras de los animales domésticos y de compañía. Incluso, en el año 2012, un prestigioso grupo internacional de científicos de la Universidad de Cambridge declaró sobre la consciencia en los animales indicando que poseen “la base neurológica que da lugar a la consciencia”.
En nuestro país, a comienzos de 2022 el código civil define a los animales como “seres dotados de sensibilidad”, dejando de ser considerados bienes. En este avance en su consideración, en marzo de este año se legisla la protección de los derechos y el bienestar de los animales que tiene por objeto establecer el régimen jurídico básico en todo el territorio español y que entrará en vigor el próximo mes de septiembre. Una ley de mínimos que ha supuesto un largo periplo para aquellas personas que velan por el bienestar de los animales no humanos.
Repasar los programas electorales de los principales gobernantes que ansiaban llegar al poder fue más sorprendente de lo imaginado. Encontrar una referencia al bienestar animal se hizo difícil mientras contemplaba que, por un lado, se pedía prosperar y construir este país a la vez que, por otro, se proponía acabar con derechos básicos. Una España que progresa es aquella que vela por la dignidad y los derechos de todos los seres vivos que la habitan, independientemente del colectivo al que se dirija.
El partido que ha ganado las elecciones en las ciento catorce páginas de su programa electoral no ha encontrado hueco para considerar el bienestar de los recién proclamados seres sintientes, aunque sí ha manifestado su apoyo a la actividad cinegética. Más doloroso aún ha sido contemplar cómo más a la derecha se anunciaba la supresión de la Dirección General de Derechos de los Animales, y una partida en la que justificaba la defensa de los festejos taurinos cargados de sufrimiento, tortura y muerte. Esta defensa se realiza con el dinero de los ciudadanos que aportan sus escasos recursos para tradiciones deficitarias que suponen un esfuerzo económico ingente para disfrute de una, cada vez mayor, minoría. Dentro de los programas progresistas la existencia de una agenda verde en la que se reconocía la responsabilidad ética hacia los seres vivos no humanos y el acercamiento al sector animalista para sumar en su trato, atisbaban la esperanza.
No dejo de repasar las palabras escritas por aquellos que pedían la gobernabilidad en este país. Y, recogiendo las mismas, ruego que impere la justicia, el sentido común y la esperanza para los animales, que los futuros gobernantes no destruyan lo construido con el esfuerzo titánico del colectivo animalista en los últimos años. Que impere la dignidad y la protección de sus derechos y que sus actos y hechos sean una poderosa herramienta para conseguir el verdadero cambio que se necesita.
El miedo a un retroceso en el avance de los derechos elementales de la ciudadanía de este país ha conseguido unas elecciones en las que el voto útil ha sido el protagonista. De esta acción progresista, los animales siguen teniendo la oportunidad de no ser el olvido.